domingo, 30 de mayo de 2010

La crisis del 30 (Parte I)

29 de octubre de 1929: Crack de la Bolsa de Wall Street

21 de octubre de 2009

El llamado “martes negro” registró una caída sin precedentes de la Bolsa de Nueva York. En los días subsiguientes se asistió al quiebre de bancos y al suicidio de especuladores. Pero lo peor vino después: cierre de empresas, desocupación a tasas nunca vistas, hambre y miseria en el centro del capitalismo mundial. Comenzaba una crisis terrible, de la que sólo se saldría al final de la Segunda Guerra Mundial


Diez meses antes, en diciembre de 1928, el Presidente norteamericano Coolidge dirigía su último mensaje al Congreso: “Ninguno de los Congresos de los Estados Unidos hasta ahora reunidos para examinar el estado de la Unión tuvo ante sí una perspectiva tan favorable como la que se nos ofrece en los actuales momentos. Por lo que respecta a los asuntos internos hay tranquilidad y satisfacción… y el más largo período de prosperidad” . No era sólo la opinión del presidente yanqui. Toda la clase dirigente estaba sumida en una orgía de superganancias sin fin: se hacían millones “jugando” en la bolsa. Se compraban acciones sobrevaluadas, que seguían duplicando su valor en días, pagándolas con préstamos que los bancos a la vez ofrecían luego de tomar ellos dinero prestado a tasas más bajas de la Reserva Federal. Un observador externo podía preguntarse para qué se pedían créditos con tasas de interés del 8 al 10%, si la tasa de ganancia de esas acciones no superaba el 1 o 2%. La respuesta es que nadie compraba las acciones para realizar esa ganancia: sólo se lo hacía para venderla al doble a los pocos días, con eso pagar el préstamo y quedarse con la diferencia.



Hasta que, repentinamente, todo empezó a bajar el jueves 24 de octubre de 1929. Todos los expertos del establishment, funcionarios públicos y banqueros salieron de conjunto a tranquilizar a los inversores: era algo pasajero y se “corregiría rápido”. Nada de esto sucedió. El martes siguiente fue el día más terrible del que se tenga noticia en la historia de la bolsa: las multitudes se apretujaban en Wall Street con sus papeles arrugados en la mano, tratando de vender. Los bancos llamaban a sus deudores exigiéndoles que pagaran sus deudas en efectivo para “cubrirse” ante la baja. Las máquinas, por entonces muy rudimentarias, que registraban al minuto las cotizaciones, empezaron a retrasarse, señalando “venta”, “venta” y “más venta”… hasta que dejaron de transmitir. Los cadetes iban y venían con telegramas casi idénticos: “pague ya, usted está acabado”. Los rumores más inverosímiles corrían hora a hora: se decía (nunca se los vio) que los banqueros estaban arrojándose por las ventanas. Ese día pasará a la historia de las finanzas mundiales como “martes negro”. Los precios de las acciones continuaron cayendo a una tasa sin precedentes por un mes entero. 100.000 trabajadores estadounidenses perdieron su empleo en un periodo de 3 días. Millones de norteamericanos de clase media vieron esfumarse sus ahorros. Pero lo peor no había llegado.



La gran depresión



La crisis de Wall Street provocó el cierre de decenas de miles de empresas. No fue, como muchos auguraban, “una fase descendente del ciclo económico” al que pronto seguiría el auge. Terminó 1929, empezó y culminó 1930, pasó el 31 y el 32…y la crisis seguía profundizándose. León Trotsky escribiría al respecto: “en el país más rico del mundo, el salario del conjunto de obreros de la industria y la agricultura ha sido literalmente amputado a la mitad entre 1929 y 1932. El número de desocupados creció de dos millones a entre 18 y 20 (27% de desempleo). La producción de acero se redujo a menos del 20% de su capacidad. Las exportaciones, que superaban los cinco mil millones de dólares, cayeron a un millón y medio apenas; las importaciones pasaron de cuatro millones y medio aproximadamente, a más de mil millones. Después de 4.600 quiebras bancarias en tres años, todos los bancos del país cerraron sus ventanillas en marzo de 1933, en el apogeo de la crisis financiera”.



Los precios agrícolas se derrumbaron y los granjeros, desesperados, quemaban los granos o tiraban la leche a las carreteras para que sus valores no siguieran bajando. Decenas de miles de chacareros quebrados se iban de sus tierras hacia las grandes ciudades. Pero ahí no había trabajo para nadie. Los hombres deambulaban como sonámbulos, con carteles colgados del cuello que señalaban su oficio. Las ollas populares no daban abasto. En el frío invierno de Chicago, la gente levantaba los adoquines de la calle para usarlos de calefacción. Llegaron a aparecer villas de emergencia, al mejor estilo del Tercer Mundo: se las llamaba irónicamente “villas Hoover”.



Es que el presidente Herbert Hoover, quien había asumido al comienzo de 1929, no terminaría su mandato con las palabras optimistas del ya citado Coolidge. Cien mil desocupados, entre ellos varios miles de ex combatientes de la Primera Guerra Mundial, marcharon sobre Washington. Al no obtener respuestas, acamparon sobre la Avenida Pensylvania. Hoover llamó al Ejército para reprimirlos. Nunca se había visto ese despliegue de tropas en la Capital. El campamento fue destruido con cargas de caballería e incluso de infantería con bayoneta calada. Faltaban pocos meses para las elecciones presidenciales que ganaría Roosevelt. Pero todos supieron que ese día fue el fin de Hoover.



La crisis se extiende por el resto del mundo



Como los Estados Unidos ya era, desde el fin de la Primera Guerra Mundial, la economía más importante del mundo, su derrumbe arrastró a los demás países. Cayó en cadena toda Europa y la mayoría de las semicolonias a ellos vinculadas.



Encima Europa no venía de una década del 20 brillante. De hecho nunca se había recuperado plenamente de la destrucción de la Primera Guerra Mundial. Alemania había pasado por el horror de la hiperinflación de 1923. Gran Bretaña había sufrido una recesión sin precedentes, que dio lugar a la huelga general de 1926. Así, la crisis iniciada en 1929 generó números terribles de desempleo en toda Europa: 22-23% en Gran Bretaña y Bélgica, 24% en Suecia, 29% en Austria, 31% en Noruega, 32% en Dinamarca y 44% en Alemania Recordemos que en casi ninguna parte existía seguro de desempleo ni ninguna medida de seguridad social.



A pesar de innumerables luchas, la clase obrera no pudo revertir a su favor la crisis de 1930. Las medidas del New Deal de Roosevelt y los consejos de Keynes (como veremos en la próxima entrega) sólo ofrecieron un transitorio respiro a lo más agudo de la crisis, que sin embargo recrudeció hacia 1937. La salida definitiva de la crisis del 30 sólo sería posible tras la destrucción y masacre de millones con la Segunda Guerra Mundial. Muestra que el sistema capitalista-imperialista es sinónimo de hambre, explotación y muerte.







Galbraith, John Kenneth, El crac del 29, Barcelona, 2000, página 15.

Trotsky, León, Sobre los Estados Unidos de América (julio de 1936).







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¿Por qué no cayó el capitalismo en el 30?



La brutal crisis capitalista no culminó, como algunos simplistas podían pensar, en el triunfo de la revolución socialista. En 1923, con el fracaso del último levantamiento obrero en Alemania, se había cerrado una etapa inmensamente favorable a la clase trabajadora: la abierta con la Revolución de Octubre de 1917. Pero la década del 20 iba a inaugurar una larga serie de derrotas: el ascenso del fascismo en Italia, la burocratización y el ascenso del stalinismo al poder en la Unión Soviética y al control de la Internacional Comunista, causa a su vez de las derrotas de la revolución china de 1926 y la huelga general inglesa del mismo año.



La III Internacional, en su VI Congreso de 1928, giró a la ultraizquierda. Anunció el comienzo del “tercer período” (el primero habría sido el del ascenso de la revolución del 17, y el segundo el de la estabilización capitalista desde 1921), rompió cualquier política de unidad obrera, declarando que el principal enemigo era la socialdemocracia -llamada “socialfascismo”- y planteando incluso que había que salir de los sindicatos de masas que agrupaban a la mayoría de los trabajadores si estos tenían dirección socialdemócrata y ordenando formar sindicatos “rojos” sólo con los comunistas. Con esta desastrosa política, los partidos comunistas intervinieron en la crisis, con la perspectiva de que ella por sí sola iba a llevar al “derrumbe capitalista” y el poder caería cual fruta madura en sus manos. En Alemania, uno de los países más afectados por la depresión, esta política provocaría el desastre del ascenso de Hitler al poder y la destrucción sin lucha de todas las organizaciones que la clase obrera había construido en medio siglo. Posteriormente, el nuevo “giro” de la Internacional, ahora colocando a la clase obrera a la cola de la burguesía en los “Frentes Populares” en Francia y España, terminaría por liquidar los nuevos ascensos de la clase trabajadora de la década del 30. Observando la crisis económica, la inminencia de la guerra y los desastres a que había llevado la conducción stalinista, Trotsky afirmaría en 1938 que “las condiciones objetivas para la revolución socialista no sólo están maduras, sino que han comenzado a pudrirse” y que “la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria del proletariado” (Programa de Transición de la IV Internacional).



J.C

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