miércoles, 13 de agosto de 2008

¿Qué es la economía? Reflexiones epistemológicas

(texto base de la clase teórica inaugural dictada en la UBA el día 13/8/08)

¿Qué decir de una disciplina científica que ni siquiera se pone de acuerdo en la definición de su propio objeto? No se trata de asustar más a los lectores, que seguramente ya ingresarán a un texto de economía con toda una carga (como veremos luego ideológica) acerca de lo difícil que es esta “ciencia”. Lo que proponemos es comenzar por un diagnóstico serio de un conjunto de conocimientos que tiene dificultades para precisar su alcance, su status en relación a lo científico en general, y su vinculación con otras disciplinas. Y cuya importancia deriva en que lo que está en juego es su íntima articulación con el poder político y económico. Evidentemente esto no se resuelve acumulando una serie de definiciones de “diccionario”, y luego eligiendo alguna.
En cualquier ciencia físico-natural también hay, de hecho, debates sobre sus alcances y límites, con algunas zonas grises. Maurice Dobb[1] decía al respecto: “entre la física y la astronomía hay de hecho un espacio donde se puede discutir qué pertenece a cada campo, pero más o menos uno puede decir con cierta claridad, éste es un fenómeno que pertenece al campo de la física, éste es un fenómeno que pertenece al campo de la astronomía”.
En el campo de las Ciencias Sociales se trabaja con disciplinas deductivas, o sea que arrancando de un conjunto de preposiciones, se procede a los desarrollos posteriores. Evidentemente, si no hay acuerdo sobre cuales son las preposiciones originales, nos encontraremos con serios problemas para definir el status de ese cuerpo teórico. Esto sucede en general en el conjunto de las ciencias sociales, humanas o “del espíritu” (para seguir la terminología kantiana). Basta para ello recordar el conjunto de debates que arrancando por los empiristas y los racionalistas en el siglo XVII, pasa por Kant y luego por el positivismo. En el mundo de fines de siglo XIX, principios del XX, podemos poner como ejemplo las distintas perspectivas acerca de la “metodología” científica que enfrentaron a Durkheim y Weber acerca del status de la sociología[2].
Si este debate está abierto para el conjunto de las ciencias sociales, es en el campo de la economía donde quizás podemos encontrar una heterogeneidad mayor, comenzando por la discusión de si pertenece o no al propio campo de las ciencias sociales, o se trata en cambio, de una rama que se emparenta con las disciplinas exactas, la matemática mas específicamente.
La primer afirmación de este libro entonces, y vamos a aclararlo desde ya, no es inocente. Consideramos que la economía es una parte inescindible de las Ciencias Sociales. Es importante precisar que se quiere decir cuando se afirma “parte inescindible”. No vamos a sostener simplemente que la economía es una ciencia social, sino que existe algo llamado Ciencia social (o teoría social), de lo que la economía es una parte que no se puede separar del resto. Por supuesto que se podrá hacer recortes analíticos para estudiar una particularidad, pero siempre bajo la condición de “volver” a la totalidad para tener una comprensión plena[3].
Si quisiéramos transformar esto en un enunciado provocador, podríamos decir: “la economía como ciencia autónoma no existe”, así como tampoco existen la ciencia política, la sociología, las ciencias de la comunicación, o la antropología. En realidad, todo es parte de un algo que podemos denominar Ciencia Social (o Teoría Social), en tanto disciplina que tiene por objeto analizar la sociedad en su perspectiva histórica..
Ahora bien, sucede que, a diferencia de la economía, en las otras disciplinas de las Ciencias Sociales, a lo sumo el debate es si son parte de una totalidad inescindible o si son una ciencia social autónoma.[4]
En la economía, sobre todo a partir de 1870, va a aparecer una corriente que comenzara a cuestionar su carácter de ciencia social, desde dos ángulos. Por una lado, con la incorporación de un herramental matemático que, rápidamente va dejando de ser instrumento al servicio de la comprensión de la realidad para transformarse en el objeto en sí de la disciplina (un conjunto de axiomas a priori, no importando su vinculación con la realidad). Y por el otro con el abandono del estudio de los agregados sociales (clase social, nación) y su reemplazo por el de las conductas de los individuos (donde por lo tanto, si hay alguna ciencia con la cual emparentarse, es con la psicología)[5][6].
Nosotros, en cambio, vamos a “permanecer” en la tradición clásica (de Adam Smith y David Ricardo) o en la tradición crítica a la economía política clásica, que inauguro Karl Marx.
Cuando hablamos de economía política, y ponemos este adjetivo “política”, nos estamos refiriendo a una disciplina que se reconoce en relación con el resto de las Ciencias sociales, y que por lo tanto trabaja la importancia de los fenómenos institucionales, políticos y sociales, en perspectiva histórica. El adjetivo político nos remite además a la lucha por las condiciones materiales de existencia, a partir de prácticas (económicas, políticas e ideológicas).
A ello se le va a oponer lo que en español se denomina “ciencia económica”, -en realidad el término es The economics, inventado en Gran Bretaña a fines del siglo XIX- y que después se desarrolló en las escuelas de economía norteamericanas en el siglo XX. La “ciencia económica” nos remite a una disciplina que señala que lo científico es lo modelizable matemáticamente, que busca y utiliza herramental matemático complejo, como cálculo diferencial, cálculo integral, logaritmos, matrices, etc. Se trata de una cosmovisión donde la economía es una disciplina que muy poco tiene que ver con las ciencias sociales y sostiene como sus “disciplinas hermanas” a aquellas que son capaces de construir modelos algebraicos o geométricos. Y por lo tanto, su modelo de ciencia serían la física o la química. Por eso se enuncia “ciencia económica” en vez de economía política (no siendo secundaria la desaparición del adjetivo “político”). Se negará a considerar a las distintas corrientes en términos de cosmovisiones ideológicas, siendo su planteo aislar lo económico de todo fenómeno institucional, político, social, o incluso tecnológico, que aparece como perturbador, o “exógeno al modelo”.
Tratemos de ilustrar esta diferencia entre Economía Política y Ciencia Económica, ahora si enfrentando algunas definiciones centrales de economía.
En Adam Smith el propio título del libro nos da una respuesta: Acerca de la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones. ¿Qué es lo que provoca la riqueza en una nación y su prosperidad? Esta es una pregunta fundamental, como veremos en el próximo capítulo, para el mundo de fines del siglo XVIII. En David Ricardo(1817) encontramos en el Prefacio de Principios de Economía y Tributación: “la economía es la ciencia que estudia la distribución del ingreso entre las clases sociales”. Ese es el interés, el objeto de estudio y el sentido de la intervención política de Ricardo: la pelea de las clases sociales por el ingreso nacional. Si vamos a Marx, vemos que el eje de su estudio es la dinámica del capitalismo y su crisis, cómo el modo de producción capitalista ha nacido, se ha desarrollado, cuáles son sus crisis y sus posibilidades de muerte.
Y ahora, ya entrando en el siglo XX, veamos la pregunta de Keynes[7]: ¿cómo podemos lograr el pleno empleo?¿cuáles son las políticas económicas para lograr el pleno empleo?
Frente a esto, en la Ciencia Económica, analicemos alguna definición del pensamiento neoclásico, que nace en 1870 y que después tiene un gran desarrollo en el siglo XX. Lionel Robbins (1932) va a decir: “la economía es la disciplina que estudia cómo el individuo que tiene necesidades múltiples las satisface con recursos escasos”. O sea, un estudio de maximización de conductas, de como el individuo maximiza sus recursos para satisfacer la mayor cantidad de necesidades.
Evidentemente pareciera que estuviéramos hablando de dos disciplinas totalmente distintas. Y ese es el gran nudo de la discusión del pensamiento económico. Con la Ciencia Económica tomando control –particularmente, pero no en forma exclusiva, desde el neoclasicismo- del campo académico (donde lo que esta en juego son las cátedras y los recursos de investigación de las principales universidades del mundo), y del terreno político, con los puestos de comando de las políticas públicas (Ministerios de Economía, Secretarias de Hacienda o del Tesoro, Bancos Centrales, y en el terreno internacional, dirección de organismos como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, etc.). La disputa se ha desarrollado en los términos de un mainstream donde la “economía” es lo definido por la ciencia económica y “lo otro”, la “economía política”, no sería más que un residuo ideológico. Olvidando que, en realidad, el 70 % de la construcción del pensamiento económico sustantivo proviene del arsenal clásico[8].
Hoy el lugar de la lucha política e ideológica nos ha dejado a los que nos ubicamos en el lugar “clásico” de la economía política el lugar de la heterodoxia, cuando en realidad en el recorrido del pensamiento económico, por su origen y desarrollo, nos tocaría el lugar de la ortodoxia.

LA ECONOMIA COMO PARTE INESCINDIBLE DE LAS CIENCIAS SOCIALES

Volvamos entonces a nuestro campo de la economía como parte inseparable de ese conjunto que llamamos ciencias sociales. No es posible comprender la realidad social separando la política por un lado, la economía por otro, la sociología por un tercero. Sin embargo, vamos a ver que esta imposibilidad de separación absoluta, con la siempre urgente necesidad de volver a juntarlas, sí tiene, contradictoriamente, la posibilidad que ofrece, por lo menos de la modernidad para acá, estas disciplinas de separarse analíticamente. Aclaremos, “analíticamente”, como, por ejemplo, analíticamente una mesa tiene cuatro patas, puedo analizar cada una de esas patas por separado, pero la identidad de la mesa continua siendo la misma y requiere siempre volver al todo.
Tenemos que tener claridad para saber que cuando decimos, hasta ahora un poco livianamente, que la economía es parte inseparable de un todo llamado “ciencias sociales”, no es algo compartido por todos los economistas. Y esto nos remite entonces a un debate ideológico. Lenin decía que la economía es solo política concentrada. Resulta interesante analizar este enunciado. Aparece como certero si es una reacción frente a la elaboración neoclásica, que busca expulsar el conflicto político y social del campo de los modelos económicos. Pero aparece como un exabrupto –aun lo sería para el propio Marx, que se pasó dos décadas estudiando economía en el Museo Británico- si ello implica negar la especificidad de un conocimiento que se ha desarrollado a lo largo de por lo menos doscientos cincuenta años.
¿Nos estamos contradiciendo entonces, con lo señalado en párrafos anteriores, y ahora si vamos a reconocer una especificidad al pensamiento económico?
Creemos que no, y para ello vamos a hacer uso de una interpretación libre de Schumpeter, y en particular de su monumental “Historia del análisis Económico”. Plantearemos una diferenciación entre Economía Política, Análisis Económico y Política Económica. Cuando hablamos de “economía” en general estamos utilizando enunciados que los podemos separar en estos tres tipos.

Economía Política
La “economía política” son el propio conjunto de cosmovisiones, como ser el “liberalismo”, “el socialismo”, “el intervencionismo estatal”. Se trata de un terreno de luchas ideológicas. Son planteos sobre los cuales, con mayor o menor elaboración teórica, se interpela a los sujetos en términos de si acuerda con ellos o no, en relación a las formas de organización económica de una sociedad. La inmensa mayoría de los personas de nuestra época están en condiciones de tener una posición a favor o en contra con respecto a si prefieren vivir en una sociedad socialista o capitalista, a si optan por una mayor intervención estatal en términos de garantizar seguridad económica e igualdad o a un más libre accionar del mercado. Estas cosmovisiones se han estilizado, completado y complejizado en los últimos doscientos años, conformando verdaderos cuerpos de doctrina capaces de responder una variada cantidad de preguntas preparadas para refutarlas, y construyendo postulados capaces de resistir todas las pruebas de refutación de la lógica formal.
Un primer enunciado fuerte va a ser sostener entonces que en la economía política hay corrientes de pensamiento disímiles, que se enfrentan políticamente unas con otras. Y que es incorrecto epistemológicamente enfrentarlas en términos de verdaderas y falsas. Porque las corrientes importantes son de una potencia en su pensamiento lógico interno que no son fáciles de refutar. En realidad, la diferencia que hay entre un neoclásico, un clásico, un marxista, y un keynesiano, está en su visión de la sociedad, en su cosmovisión.
No negamos que existan importantes debates al interior de los cuerpos teóricos, y que incluso esto plantee la posibilidad de cuestionar la solidez analítica de alguna corriente. Así podemos discutir si Marx en el tomo III del Capital niega o no la teoría del valor-trabajo tal como está expuesta en el Tomo I, o si en la teoría neoclásica hay una circularidad entre teoría del capital y la forma de definir la retribución a los factores de la producción[9]. Pero debemos tener en claro que aunque se encuentren esas debilidades analíticas, las mismas no refutan los cuerpos teóricos en su conjunto. Y esto no es un debate de popperianos contra khunianos: lo esencial es que ningún liberal se ha hecho marxista, o viceversa, a partir de esos trabajos de refutación teórico (para escándalo de Popper). En todo caso el accionar científico de cada escuela consiste en enfrentarse a esas refutaciones, e irlas salvando, en un camino que nos recuerda a Lakatos. Es como si cada corriente teórica se convirtiera de hecho en un programa de investigación. Y así las mismas teorías van resolviendo, estilizando y complejizando sus modelos. Entonces la discusión de fondo, para nosotros, es que las diferentes escuelas hablan de cosas distintas, porque piensan la sociedad de forma diferente y porque las preguntas primarias que se hacen no son iguales, hasta el extremo de que la definición de economía de cada una no coincide en absoluto.
Y este punto es nodal para diferenciarse de lo que, en el siglo XX, se entiende por “ciencia económica”. El discurso de esta última (y pensemos en Robbins, o Friedman) es que la economía es una sola, donde, a partir de una única e indiscutida definición, se comienza por algún cuerpo teórico neoclásico y se lo presenta como “la ciencia”, sin cuestionarlo, procediéndose entonces a desarrollar la analítica desde allí.
Para nosotros la visión de la ciencia económica llamada “moderna”, desde el patrón neoclásico en adelante, va a ser el de una corriente más, una cosmovisión como cualquier otra del campo de la Economía Política, y no, como ella se pretende, una estación de síntesis a partir de la cual nace la economía como ciencia, mientras que el resto pertenece a una confusa “prehistoria” ideológica[10].
Evidentemente la Economía Política convive con la ideología. Pero al mismo tiempo aspira a tener atributos de ciencia. Tratemos de precisar esta compleja relación.
Cuando hablamos de ideología nos estamos refiriendo a[11]:
a) Cosmovisiones, o sea conjuntos articulados de ideas sobre algo.
b) Falsa conciencia. Esas visiones enunciadas en a) son siempre en algún punto falsas. Son “científicamente” falsas. En algunos casos son absolutamente falsas, distorsivas, en otros casos, son falsas por lo menos por simplificación. Sin embargo, las usamos y no podríamos vivir sin ellas. Schumpeter dice que son precientíficas pero no preanalíticas. Tiene que ver con un conjunto de reflexiones racionales, que nosotros hacemos y con las cuales convivimos cotidianamente.
c) Tienen un carácter subjetivo. Es decir, interpelan a algún sujeto. Con las ideologías se está de acuerdo o en desacuerdo, se invita a una acción o se llama a no realizarla, etc. Althusser va a señalar que una forma de diferenciar un enunciado científico de uno ideológico es que el primero es un “discurso sin sujeto”, mientras que el segundo siempre está interpelando a alguien.
d) Es una representación –falsa en algún punto, según b)- del lugar del sujeto interpelado ante sus condiciones materiales de existencia. Esta representación hace a la visión que tiene el sujeto frente al todo, cumpliendo entonces la función de cemento social.
Vamos a coincidir con Althusser en sostener como falsa la visión iluminista de que la ciencia simplemente “devela” lo que la ideología impide conocer. La relación es mucho más compleja. Como sostiene Schumpeter, la ideología es esencial a nuestra visión pre-científica, a las preguntas que nos hacemos –y a las que no nos hacemos-, a las cosas que miramos –y a las que no miramos. A causa de las ideologías avanzamos muy lentamente en el conocimiento científico. Pero sin ellas no avanzaríamos en absoluto.

Análisis económico
Pero ya van doscientos treinta años de duro debate ideológico. Que se materializaron en regímenes políticos, guerras y revoluciones. Y el discurso económico fue decantando, a lo largo de ese tortuoso camino, algunas conclusiones. En ciertos casos son acuerdos sobre terminologías, o formas de “contabilizar” algún fenómeno. En otros son elaboraciones más formales. También pasó de un discurso donde exclusivamente hacía uso de las palabras a la capacidad de representar geométricamente y luego algebraicamente.
Por supuesto es mucho más lo que la “ciencia económica” neoclásica esta dispuesta a aceptar como análisis económico de lo que sería para un economista clásico o marxista. Pero podemos acordar que existe un terreno común, si bien acotado, de conocimientos adquiridos y utilizados por todos. Esto incluiría desde la tendencia a la igualación de las tasas de ganancia en condiciones de libre movilidad de capitales, las leyes básicas de la oferta y la demanda de mercado, su representación geométrica y la capacidad de medir los impactos de modificaciones entre cantidades, precios e ingresos (elasticidades), las formas de medir y las relaciones básicas de las cuentas nacionales (producto, ingreso, valor agregado, balanza de pagos, presupuesto), etc. E incluso algunas elaboraciones de mayor grado de complejidad, como la Matriz Insumo Producto de Leontief, o los criterios de optimización comunes a economías de mercado y planificadas.
Podemos sostener entonces que todo economista, de mejor o de peor gana, tiene que aceptar hasta algún punto la trayectoria de la disciplina y de su historia. Por ejemplo, si queremos medir la relación económica entre dos países tenemos que referirnos a la balanza de pagos, y no importará que pensemos que los dos países son iguales, o que uno es un imperio y el otro un país sometido: la herramienta que tengo para proyectar el análisis es la balanza de pagos y no otra. Incluso, si alguien llegara a la conclusión que esa herramienta le es insuficiente o no le sirve, tendría muchísimas dificultades, no para crear otra, sino para hacerla operativa, ya que difícilmente cuente con los recursos como para realizar la toma de datos que ese nuevo instrumento le requiera.
Este campo, el del análisis económico, puede entonces, no sin muchas dificultades, “despejarse” del debate ideológico. Pero no es sencillom porque muchas veces, como veremos en seguida, la forma de otorgar mayor entidad a un enunciado ideológico consiste en disfrazarlo detrás de alguna modelización abstracta.
Debemos precisar que quiere decir que la economía ha decantado una parte instrumental, técnica, con su terminología específica y algunas herramientas analíticas. Si así no fuera, diríamos que la economía no es una disciplina sino que es puro discurso[12]. Que la mayoría de lo que el pensamiento neoclásico entiende por análisis económico no sea más que una porción de la cosmovisión ideológica neoclásica no nos puede hacer negar la real existencia de ese espacio de conocimiento llamado análisis económico.

Política económica
Y finalmente tenemos la política económica. Esta es una parte de la política en general, o sea la disputa por el acceso, acrecentamiento y conservación de los medios que garantizan el poder en un espacio territorial determinado.[13]Desde la conformación de los Estados-Nación se ha construido la “especialidad” del manejo de la Hacienda Publica, de los medios de acrecentar la riqueza nacional a partir del manejo de ciertos instrumentos de política, fundamentalmente el manejo de los impuestos y gastos (política fiscal) y de la emisión monetaria y su control (política monetaria).
Y acá aparece una dimensión contradictoria. Técnicamente la política económica es la menos ideológica de las tres partes en que hemos separado la economía. Se ha aprendido a medir con una cierta exactitud cual es el efecto de tal suba o baja de impuesto, de tal o cual aumento del gasto, de la emisión monetaria de una u otra forma. Los manuales nos dicen que “el político” define los objetivos de la política económica y luego esta es ejecutada técnicamente por los especialistas, con un patrón de eficiencia fácil de medir: “buena” política económica es la que alcanza los objetivos preestablecidos, “mala” es la que fracasa.
Pero lamentablemente las cosas no son tan sencillas. Usualmente la autoridad política no define con precisión y crudamente, enunciando beneficiarios y damnificados, cuales son los objetivos de política económica. Es más, la mayoría de los discursos “económicos” de los mandatarios o candidatos a tales solo contienen generalidades del tipo de “incrementar el bienestar”, “aumentar la producción”, “reducir el desempleo”, etc. Queda entonces en manos del “economista a cargo” tanto la definición de los objetivos reales de política económica como su implementación. Ni que decir que en innumerables ocasiones tanto la definición de objetivos como los propios menús de implementación son directamente diseñados e impuestos por organismos internacionales, tales como el FMI.
Tenemos entonces que la política económica contiene a la vez lo menos y lo más ideológico de la economía. Lo menos, porque en el diseño de políticas económicas se concentra toda la experiencia técnica de los efectos de las políticas monetarias y fiscales. Y lo más, porque no hay nada más ideológico que una política económica en acción. Aquí es cuando se da plenamente aquella expresión de Lenin: “la economía es política concentrada”.

ECONOMIA COMO DISCURSO DE PODER

Acordamos con Dobb en que la diferenciación analítica de Schumpeter es interesante pero difícil de observar en la práctica. Los enunciados del análisis económico vienen usualmente mezclados con los de la economía política. Y cualquier recorrido mínimo de historia económica reconocerá que las políticas económicas nunca son el campo neutral donde economistas impolutos ejecutan políticas a partir de objetivos definidos previamente, limitándose entonces a un rol “técnico” despojando de toda valoración ideológica.
Vamos a definir entonces a esa particular “mezcla” de elementos, que es como efectivamente aparece la economía, como “discursos de poder”. En efecto la economía es una elaboración discursiva donde lo que está en juego son dispositivos de poder. Y en última instancia de poder político, como expresión del poder de la clase que se apropia del excedente económico. Pero que se despliega desde un conjunto de campos donde está en juego la “verdad” (frente a lo falso) y lo “posible” (frente a lo imposible). Los economistas aparecen así como los guardianes de un saber “arcano”, inaccesible para el hombre de a pie, con sus propios códigos y lenguaje, que oficia como un poder de veto último sobre las posibilidades de transformación social. El político “con aspiraciones de poder” debe demostrarlo pasando el tamiz de la prueba de que su programa es “viable” en términos económicos.
Todos los grandes economistas han tenido intencionalidades políticas en la elaboración de sus enunciados. Podemos acordar o no con la cientificidad de sus planteos. En determinados momentos históricos han defendido a las clases sociales que permitían ir a la sociedad hacia delante, y en otras han aparecido como los teorizadores de los planteos más reaccionarios. Pero lo primero que debemos entender es que es imposible acceder a los planteos económicos de ningún autor si no es en el marco de la disputa política que éste estaba dando. Y que recién desde allí podremos comprender la especificidad de los planteos analíticos de cada uno. Así, por ejemplo, tenemos que saber que David Ricardo cuando construyó su cuerpo teóricos, en realidad lo que estaba haciendo era dando una feroz pelea política desde la burguesía industrial inglesa contra el poder terrateniente de su época. Y lo que había en juego era una disputa central alrededor de la apropiación del excedente (que se definía en el Parlamento Británico a través de la derogación o no de las Leyes de Granos). Este es el motivo central por el que Ricardo elabora su teoría de la Renta Diferencial de la Tierra y la de las Ventajas Comparativas en el Comercio Exterior, como veremos en el capítulo respectivo. Y entonces queremos discutir qué era ese cuerpo teórico en términos políticos, qué eran los Principios de Economía política y tributación, el libro de 1817, en tanto panfleto político y qué estaba en juego.
Pero cuando hablamos de la economía como discurso de poder también nos referimos a los “usos” posteriores que se hacen de la doctrina o los elementos analíticos de un autor. Así, siguiendo con el ejemplo Ricardiano, las Ventajas Comparativas en el Comercio Exterior, que habían sido planteadas como arma contra el terrateniente inglés de principios de siglo, van a terminar convirtiéndose en el justificativo ideológico del libre cambio y la especialización en bienes primarios de la política económica latinoamericana a fines del siglo XIX. Se tratará de cómo nos hacemos cargo plenamente de una famosa sentencia de Keynes: “aunque no lo sepamos todos somos esclavos de algún economista muerto”.

¿DESDE CUANDO EXISTE LA ECONOMIA?

Pero no siempre los discursos de poder asumieron la forma de discursos económicos. Casi podríamos sostener lo contrario, y decir que nunca lo fueron. Preguntarse desde cuando los discursos de poder contienen elementos de discurso económico es lo mismo que preguntarse desde cuando existe la economía en cuanto tal.
Vamos a afirmar que la economía existe desde que las relaciones sociales han adoptado una opacidad para poder observar las condiciones materiales de existencia. Y que esto tiene que ver con lo que Hegel había ya definido como la escisión entre sociedad política y sociedad civil, el mundo de lo público y el mundo de lo privado[14].
¿Cuál es el lugar del surgimiento del pensamiento económico?
Vamos a sostener que la economía política como disciplina es un producto de:
1) la modernidad
2) de la generalización de las mercancías.
3) del capitalismo.

La Modernidad
Evidentemente existe reflexión sobre lo económico anterior a la modernidad. Es más: la propia palabra Economía es una palabra griega, viene de oikos: casa, nomos: conocimiento. “la economía es la ciencia que estudia la administración de los asuntos comunes del hogar”[15](En el planteo de hogar ampliado, esto es, que incluía la familia, los esclavos, etc.). Pero esas reflexiones que hace Aristóteles, reflexiones que también podemos encontrar en otros textos antiguos, (por ejemplo en la Biblia encontramos prescripciones y reflexiones sobre el jubileo -perdón de las deudas-, o en el pensamiento medieval los debates sobre el justo precio), vamos a sostener que no pertenecen al campo de la economía política. Remitámonos a Aristóteles, que decía la economía era una práctica, el saber administrar las cuestiones materiales, pero una práctica subordinada a otras prácticas superiores, a la política y a la moral.
Los ciudadanos tienen que aprender a resolver las cuestiones materiales de la manera más eficientemente posible, o sea en el menor tiempo posible, para poder despreocuparse de ellas y dedicarse a lo efectivamente importante que es la discusión del bien común y de la polis, o sea, la política y la moral.
Marx, en El Capital, tira esta definición de Aristóteles en una nota a pie de página y se plantea reflexionar sobre la “práctica desviada” de la economía aristotélica: la crematística. Crematística viene de dinero, lo crematístico es lo monetario en griego. Decía Aristóteles que había algunas personas que se dedicaban todo el tiempo a acumular bienes materiales, o sea, en vez de ocuparse en lo material, como medio para poder dedicarse a prácticas superiores, se dedicaban a acumular riqueza como actividad central.
Y el planteo que hace Marx es: qué la economía capitalista en realidad es crematística, es esa conducta desviada que veía Aristóteles en el mundo griego. Si hoy le presentáramos a Aristóteles cualquiera de las prácticas económicas que a nosotros nos parecen usuales, Aristóteles lo primero que diría es que eso es crematística.
Todo el pensamiento económico anterior a la modernidad está subordinado a la política, a la moral, a la teología. Como por ejemplo las discusiones de Santo Tomás sobre el justo precio, -que no era la búsqueda del precio de equilibrio entre oferta y demanda, como podría leerse con ojos modernos- sino que se planteaba como el precio que se debía cobrar para ser un hombre justo independientemente del mercado.
Entonces nosotros acordamos en poner el corte en la modernidad.
Primero, la economía como todas las ciencias sociales, es:
Una disciplina de la modernidad.
Modernidad, en el mundo occidental en el cual nos hemos formado, implica tres cosas, escisión de la sociedad política respecto de sociedad civil, el mundo de lo político del mundo de lo privado. Comienza a existir el mundo de lo privado: religioso, familiar y económico, cosa que no sucedía en la Edad Media, ni en la Antigüedad. La existencia de un mundo en el cual la política –que ya es el estado moderno-, esta ausente, por lo menos en principio. Y en el horizonte de esa construcción del mundo privado están los otros dos elementos centrales de la modernidad, como la soberanía de la razón, el intento de comprender el universo a partir de la reflexión, y el concepto de individuo, con lo que ello implica en términos de derechos y obligaciones. El individuo como proyecto, como totalidad, como centro de la reflexión de la acción política, de la acción cotidiana, desde el siglo XVI en adelante. Antes el ser humano era una criatura de los designios de Dios (o de la Polis).
Ahora bien, la modernidad empieza a incluir este principio de lo privado (aún cuando muchas veces se lo viole, pero ya se tiene conciencia de ello). No es un desarrollo lineal, pero va ganando espacio y es central para entender de qué vamos a hablar cuando nos remitamos a la existencia de la economía. Porque vamos a referirnos concretamente de las condiciones materiales de existencia que se dan en ese mundo de la sociedad civil, en ese mundo de lo privado.
El despliegue de la economía como disciplina autónoma va a seguir el derrotero que alcanzó primero la teoría política y al que luego de la economía van a alcanzar la sociología, y mas tarde la antropología y las teorias de la comunicación[16].
Tomando como un corte, quizás un poco arbitrario, a mediados del siglo XVII, con el foco cartesiano en el individuo y la razón, el eje antropocéntrico desplazando al eje geocéntrico y la razón como intento explicativo del universo, vemos allí los primeros pasos de los seres humanos para dejar de ser “criaturas de Dios” y transformarse en individuos, con proyecto propio, ciudadanos, con derechos humanos, con derechos civiles.
Individuos libres e iguales, tal el eje por el cual vamos a ir desarrollando nuestra reflexión. Y así va a nacer el primer interrogante, que es la pregunta por el origen del poder político: ¿Por qué, si los individuos son libres e iguales, existe quien manda y quien obedece? Apreciemos la diferencia con el pensamiento pre-moderno, ya que ahora están denegadas por definición las respuestas del tipo “por designio de Dios” –respuesta teológica- o “porque algunos nacieron para mandar y otros para obedecer” –respuesta de Aristóteles en La Política.
Pero esta sociedad donde se iba dibujando la idealidad del individuo libre e igual –“el sentido común es lo mejor repartido que hay en el Universo”, había escrito Descartes, tenía la realidad de dominantes y dominados, de súbditos y soberanos. Y aparecerán entonces las respuestas que van a dar lugar a la aparición de la Teoría Política Clásica, primera escisión del pensamiento moderno. Esto fue Hobbes con su explicación del soberano leviatánico al cual se le cede el poder para evitar que los hombres se maten unos a otros –“el hombre es lobo del hombre”. Y también Locke –y aquí ya estamos en los umbrales del pensamiento económico- cuando sienta las bases del Estado Liberal moderno. Así va a plantear que no es necesario un soberano absoluto al que se le cede todo, sino un Estado al que se le otorgan solo determinadas funciones, las de garantizar la vida, la libertad, y la propiedad de los ciudadanos. Ha nacido el estado mínimo, el “guardián nocturno” que vigila nuestra propiedad mientras dormimos[17].
Nacía entonces una primera escisión en la comprensión del todo social, a partir de los interrogantes sobre el poder. Pero esas respuestas en términos “positivos” de Hobbes y Locke, se fue transformando en el devenir del siglo XVII a fines del XVIII en un programa político, vía Dalembert, Diderot, Montesquie, Voltaire y Rosseau. Así la mejor manera de resolver la problemática del poder y del gobierno respetando la concepción del individuo, libre e igual y de la soberanía de la razón, fue concebida como la republicana, rescatando y dándole un sentido progresivo al viejo término “democracia” de los griegos y los romanos.
Pero acá aparece un segundo interrogante. Que tiene que ver con la escisión sociedad política – sociedad civil que enunciamos arriba. Porque las formas republicanas (o democráticas) que existieron en la antigüedad greco-romana, descansaban sobre las bases de sociedades esclavistas. En términos crudos: los ciudadanos griegos podían discutir el bien común en el Ágora porque mientras tanto sus esclavos estaban trabajando.
¿Cómo funciona la democracia, esto es el involucramiento de los individuos, en tanto que ciudadanos, en la cosa pública, si ahora no hay otros seres –no iguales- trabajando para ellos? ¿Cómo se resuelve ese problema en la sociedad moderna, donde lo que está presupuesto es un principio de igualdad y de libertad más universal?
En este punto, exactamente en ese punto, aparece como respuesta el discurso liberal de la economía política. Y ahí lo tenemos a Adam Smith en La Riquezas de las Naciones planteando que el tiene una explicación, un programa para la burguesía industrial en ascenso, diría años después Eric Roll, para explicar como, a través del mercado, los individuos conservando su libertad y su igualdad, todos iguales frente a la mercancía y el dinero se dividen el trabajo por especialidades e intercambian. Y de esta forma lo material se articula –casi muy idílicamente- con el mundo ideal de la teoría política clásica.
Así podemos leer el modelo de la Revolución francesa, de libertad, igualdad y fraternidad, en clave del capitulo primero de Adam Smith. Y encontrar un punto de comparación: son los productores, libres, un gran mundo de artesanos donde uno es panadero, otro carnicero, cada uno hace lo que mejor sabe hacer y después se encuentran idílicamente en el mercado e intercambian. Son ciudadanos-productores, todos iguales ante la mercancía y el dinero. Diríamos que es la pata económica de ese programa político que corona el pensamiento iluminista[18].[19].
La economía política en su nacimiento es una parte del pensamiento iluminista. Smith escribe en el año de la revolución norteamericana, en 1776. Entonces cuando decimos que la economía es parte de las Ciencias Sociales, nos estamos refiriendo al recorrido de la teoría social que, al final del siglo XVIII, produce como su pico más importante el pensamiento de la economía política inglesa, -Smith y Ricardo- y luego Marx.

La generalización de las mercancías
Ahora, ¿por qué esa necesidad de pensar específicamente sobre lo económico? ¿Por qué la necesidad de esta reflexión específica no había aparecido en otras épocas? Porque si se le preguntaba a un señor feudal: “me puede usted explicar cual es su riqueza”, recibiría como respuesta: “¿Quiere ver mi riqueza?, venga, le muestro mi granero, ¿quiere saber cómo lo obtuve? Es fácil. Los siervos trabajan tres días para mí, dos días para ellos, vamos, cargamos todo lo que nos corresponde y lo llevamos a mi granero. Si fue un buen año y tuvimos una buena cosecha y somos ricos; si fue un mal año somos pobres, todo es fácil y visible”.
La riqueza y la pobreza en cualquier período anterior al surgimiento de los mercados eran cristalinas. Por lo tanto no tenía sentido discutir la economía. Empezamos a discutir sobre lo económico cuando aparece la opacidad del mercado, cuando el mercado, esto es las mercancías y el dinero, hacen confusa nuestra definición de riqueza. Y no nos estamos refiriendo a la “aparición de los mercados”: estos existen desde muy atrás en el tiempo. Eran los lugares físicos donde se intercambiaban los excedentes de producción. Estamos hablando de “generalización de los mercados”, del momento en que la inmensa mayoría de los bienes se transforman en mercancías. Hoy en día es una cuestión de vida o muerte saber comerciar. Todos nosotros compramos y vendemos y si no lo hacemos literalmente nos morimos. Todos compramos y vendemos, aún el que no tiene nada, porque en todo caso vende su fuerza de trabajo.

Capitalismo
Un punto importante es la relación entre mercado y ciudadanía. Porque hoy en día, al ser ciudadanos, somos todos formalmente iguales. Frente a la formalidad somos seres libres e iguales que en todo caso contratamos fuerza de trabajo. El individuo libre decide trabajar por casa y comida hoy, pero mañana puede elegir no trabajar más, e irse. El siervo, en cambio, no podía hacer esto, el siervo quedaba atado de por vida a una tierra, y se vendía con ella. Esto quiere decir que el ciudadano- individuo conserva un conjunto de derechos, alquila una cantidad de horas suyas, pero en el resto es libre. Esta igualdad formal es el principio básico del mercado.
“Todos nosotros somos iguales ante la mercancía”, es la Revolución francesa llevada al terreno de las condiciones materiales de existencia. Desaparecen las diferencias formales, las cualitativas, para pasar al reino del mercado, que es el reino de la cantidad, donde todos los individuos, desde el último proletario hasta el primer multimillonario son formalmente iguales, solo “separados” por una cantidad – de signo monetario, de dinero-. Eso era exactamente lo que discutía la burguesía antes de la Revolución francesa: que ellos no solo tenían la misma cantidad de dinero que los nobles, sino aún más, y sin embargo los privilegios y el poder político los tenía el otro estrato. Y esta es la gran diferencia con la economía de mercado, donde se acabaron los “estratos”. El que tiene dinero adquiere, no importa su abolengo.
El capitalismo y el mercado, necesitan el requisito de la igualdad formal, que nos es lo mismo que la igualdad real. En el terreno del contrato de trabajo, que es la materialización de la relación de mercado entre obrero y patrón, todavía existe formalmente ese principio de igualdad, que es distinto a la relación entre señor y esclavo, o aun entre señor y siervo.

¿CUAL ES EL INTERROGANTE QUE TRATA DE RESPONDER LA ECONOMIA?

Vimos que los mercados existen desde muy antiguo en la historia de la humanidad. Sin embargo la generalización de los mercados es moderna. En la antigüedad el mercado era un lugar físico en el que se reunían los pueblos para comerciar, normalmente una vez al año, llevando lo que les sobraba de su consumo. Millones de personas a lo largo de la historia de la humanidad no fueron a un mercado ni hicieron una transacción en su vida.
La característica del surgimiento del capitalismo es que se empiezan a ampliar los mercados, comenzando por las ciudades del medioevo, hasta el extremo que la mercantilización cubre todo, tanto en términos de bienes y servicios, como de territorios. Entendamos a fondo el concepto de “generalización de las mercancías”. No quiere decir, evidentemente que todos los bienes se han transformado en mercancías: siempre quedan nuevos bienes y servicios que se mercantilizan. Si queremos un ejemplo simplemente pensemos en el conjunto de cosas que se han convertido en mercancías en los últimos diez años. El concepto de generalización de las mercancías nos remite al momento en que ya se han generalizado tantos bienes, que llega al punto de que se transforma en mercancía la fuerza de trabajo. Este es el punto de corte.
Analicemos ahora el quid de la reflexión económica. Vamos a sostener que el nudo de toda la teoría económica, lo que va a plantear la diferenciación incluso entre las escuelas económicas rivales, es lo que vamos a llamar la teoría del valor. Recordemos esas definiciones de economía que citamos al comienzo del capitulo. Remitían a dos cuestiones: ¿Qué era la riqueza? y ¿Cómo se repartía?
Ahora bien, en sociedades como las modernas, donde ello depende del intercambio de mercancías en el mercado, lo nodal pasa a ser cuanto vale un bien, o más exactamente por cuanto se intercambia[20].
El intercambio fortuito, de una sociedad donde todavía no se han generalizado las mercancías, nos remite a una instancia en la que el que intercambia el bien A tiene que hallar otra persona que lo quiera, y que a la vez ella posea el bien B, en el cual la primera esta interesada. Pero allí no se termina el problema: falta que ambas se pongan de acuerdo en que cantidades de A pueden intercambiarse con cuantas cantidades de B para que la transacción sea equitativa. Recién resueltos todos estos interrogantes la operación de cambio puede realizarse.
Un gran tema, que como ya podemos ver es central para la economía política, es encontrar algún elemento homogeneizador que nos permitan definir cuando cualquier bien en alguna cantidad es igual a cualquier otro también en una cierta magnitud. A medida en que los mercados se empiezan a desarrollar un poco más aparece un equivalente general que todos lo aceptamos para el intercambio. Ya estamos en la prehistoria de la moneda. Qué es la moneda, cuales son sus características, que objetos pueden asumir ese rol, como se la protege, pasan a ser todos interrogantes a responder por la economía política.
Al principio se trata de un bien como cualquier otro, un bien que tiene una amplia circulación en ese espacio territorial: el ganado ha sido moneda, los esclavos lo fueron, etc. Después por cuestiones que tienen que ver con su capacidad técnica pasaron a serlo los metales preciosos (los metales duran, no se mueren como el ganado o los esclavos, pueden dividirse hasta su mínima expresión, son fáciles de trasladar, etc.). Luego la autoridad estatal se dióesa la atribución, a partir de poder definir el peso de una unidad cualquiera de metal, de ponerle un signo de valor y de “acuñar”`moneda. Y finalmente, ya con la cotidianeidad de las transacciones aparecerán instrumentos que harán que no sea necesario llevar el oro o la plata “contante y sonante” al mercado. Así aparecen tanto instrumentos privados (cheques, letras de cambio) como también billetes de papel emitidos por la autoridad estatal. Y si queremos podemos continuar el recorrido hasta llegar actualmente al dinero electrónico.
Pero observemos que a medida que avanzamos en estos grados de abstracción, sigue pendiente y empieza a tornarse central el mismo interrogante: ¿qué es la riqueza?, ¿es tener mucho dinero, tener muchos “papelitos”?. Cualquiera que haya vivido alguna crisis hiperinflacionaria o sufrido la confiscación de sus depósitos bancarios dudaría de ello.
Pero tampoco resolvemos la pregunta si buscamos recostarnos en bienes “reales”. Los vaivenes del mercado inmobiliario por ejemplo, nos harán rápidamente ver que la riqueza tampoco se corporiza en esos bienes. Un propietario de un inmueble en una ciudad que sufre una burbuja especulativa en el mercado de bienes raíces, puede adquirir un bien por millones de dólares y encontrarse a los dos meses con que vale la mitad.
Volvamos a nuestro hipotético señor feudal, que nos contestaba con total sencillez, señalando su granero. En la dificultad para encontrar una respuesta similar en sencillez se concentra todo el misterio de la economía política. Y detrás de ese misterio se construye la economía como discurso de poder, con los economistas como sumos sacerdotes de ese saber arcano de descifrar mercados.
Evidentemente estamos frente a algo que parece adquirir poderes sobrenaturales, demoníacos: la lógica de los mercados. Discutir acerca de la lógica de los mercados, acerca de la riqueza, es también discutir acerca de otra cosa que también se opaca: las relaciones de explotación. Porque decir que un esclavo estaba explotado es una perogrullada, pero cuando sostengo que en el capitalismo un trabajador asalariado está explotado, ahí ya tengo que hacer una mediación un poco más compleja. Puedo llegar a esa conclusión pero no sale directamente como en el esclavo o en el siervo. Nosotros vamos a poder hablar de una teoría de la explotación en el capitalismo, pero no es prístina, no es transparente.
En resumen, entonces, Capitalismo implica la generalización de las mercancías, cuando la generalización de lo mercantil es tal que ya todo se vende, hasta la fuerza de trabajo de los individuos. Los individuos libres e iguales pueden establecer su propio contrato de trabajo, o sea vender su fuerza de trabajo (horas de trabajo a otra persona), sin dejar de ser libres e iguales. Una relación muy distinta a la que existían en el feudalismo, donde la explotación económica convivía y se basaba en la desigualdad política y de derechos.
¿Cuánto se tiene que generalizar las mercancías para que haya capitalismo? Esta pregunta es importante, porque hace a la definición del origen del capitalismo, de si éste existe desde hace doscientos, trescientos o quinientos años,[21] porque vivimos en un mundo en el que todavía hoy se siguen generalizando mercancías que antes no lo eran. Cincuenta años atrás, prácticamente la inmensa mayoría de las actividades domésticas no eran tareas mercantiles, mientras que hoy existen las lavanderías industriales, la comida a domicilio e infinidad de servicios personales que se han mercantilizado y se siguen mercantilizando. Pero recordemos que hemos definido la generalización de las mercancías a partir de un hecho puntual, cualitativo: la mercantilización de la fuerza de trabajo. Podemos sintetizar entonces diciendo: Capitalismo es mercado más salario.

¿De que se ocupa hoy la economía?
Hemos señalado entonces que la economía tuvo que dar cuenta de la modernidad (escisión entre lo público y lo privado), de la generalización de las mercancías, y del capitalismo. Pero esos son procesos, no diríamos acabados, pero si con un largo recorrido histórico. ¿Hay algo nuevo de lo que hoy la economía tenga que hacerse cargo? Nuestra hipótesis es que hoy la economía tiene que dar cuenta del capitalismo en su decadencia.
Recién en el ultimo capítulo vamos a retomar este tema. Señalemos por ahora que creemos que ya hace unas cuantas décadas que el modo de producción en el cual vivimos, el modo de producción capitalista, está en un proceso de estancamiento del desarrollo de las fuerzas productivas. Con severas consecuencias tanto para el ser humano como para la naturaleza. Entonces, ese capitalismo que implicó un impresionante salto hacia adelante –particularmente de la civilización occidental- ha culminado el siglo XX e iniciado el XXI con serios signos de interrogación sobre su capacidad de garantizar la continuidad del bienestar material de los habitantes del planeta y la estabilidad ecológica del mismo. Y decimos esto en el mismo momento en que, paradójicamente, vivimos una de las más impresionantes revoluciones científico-técnicas de los últimos siglos. Pero la economía no es el estudio del desarrollo de la tecnología, sino de la capacidad de la organización social para dar cuenta de ella.

BREVE RECORRIDO POR EL ARBOL DE CORRIENTES TEORICAS

Vamos a finalizar este capitulo haciendo un breve recorrido por las principales avenidas donde veremos desarrollarse la disputa del pensamiento económico. Apenas si miraremos los “títulos” de los temas a recorrer. En los próximos capítulos nos iremos deteniendo cuidadosamente en cada uno de ellos y pondremos nuestro foco en sus productos y análisis.
Hasta ahora hemos mencionado a los clásicos (Smith y Ricardo), a la critica a la economía política clásica (Marx), a los neoclásicos e hicimos una breve y circunstancial mención de Keynes.
Ahora proponemos darle entrada a un conjunto de autores que constituyen la “prehistoria” del pensamiento económico moderno. Serán las “raíces” desde las que veremos crecer a nuestro árbol de corrientes teóricas. Para hacerlo nos ubicaremos a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII. Y hablaremos de dos corrientes, una de ellas inglesa, el Mercantilismo, que emerge hacia mediados del 1600 y se despliega en los años de la revolución burguesa en Inglaterra[22]; y la otra, los Fisiócratas, franceses de mediados del 1700, en las épocas de Luis XV (aquel de “después de mi el diluvio”).
Coincide entonces, la generalización de los mercados y la aparición de los estado-nación con la emergencia de la economía todavía no como disciplina “científica” (en el sentido de cuerpo teórico acabado), pero si como especialidad de la administración de la hacienda publica, a partir de que tanto el soberano como la sociedad civil, van ya a estar involucrados cotidianamente en situaciones de intercambio de mercado.
Estamos en los albores del capitalismo, y estos primeros economistas cumplían el rol de ser consejeros económicos de los Reyes absolutos. Prestemos atención al hecho de que ya se han constituido los Estados-Nación, con la complejidad que implica su administración, en particular el manejo de la Hacienda Publica (cobro de impuestos, destino de los gastos, manejo del Tesoro).
Los Mercantilistas miraban la economía claramente desde el enriquecimiento de la Hacienda Publica. Con ellos nace el concepto de Economía Nacional[23]. Un país será más rico si tiene un mayor tesoro, y en vista de ello entonces igualaban riqueza a la posesión de metales preciosos. Mayor cantidad de oro en la Tesorería permitía montar y financiar un mejor ejército, una armada más grande y por lo tanto un país más poderoso. Los mercantilistas tenían claridad del rol central que ya entonces tenían los mercados para definir la política de una Nación. Pero concebían al comercio como un “juego de suma cero”: si alguien ganaba era a costa de otro que perdía. En la concepción mercantilista el que vendía ganaba, porque obtenía a cambio de ello riqueza en forma de metales preciosos y el que compraba perdía, porque tenía que ceder oro a cambio y entonces disminuía su tesoro. El eje de este razonamiento se desplegaba en el comercio exterior: de ahí que el mercantilismo va a ser el campeón de las políticas proteccionistas, fomentando las exportaciones y tratando de limitar al máximo las importaciones.
Evidentemente la política mercantilista expresa el momento en que la burguesía comercial en ascenso es la aliada de los Reyes Absolutos (de hecho los financia) en el proceso de afianzamiento de su poder sobre el territorio nacional, contra la soberanía fragmentada que defendían los antiguos poderes feudales[24].
Desde el punto de vista del discurso económico, el mercantilismo dio origen a una proposición importante, con fuertes implicancias hasta la actualidad: en sociedades donde ya hay comercio, el estado tiene que intervenir en la economía, porque el comercio es equivalente a la guerra, donde hay ganadores y perdedores. Entonces la economía es política, pero más aun, es guerra. [25]
Podemos entender bien las implicancias de esta concepción si las comparamos con la otra escuela “prehistórica”: la Fisiocracia. Frente al planteo mercantilista de que el estado debe intervenir en la economía, defender sus fronteras, promover la industria local restringiendo las importaciones, va a aparecer otra política, la fisiócrata, que se puede resumir en una famosa frase de Quesnay, el padre de la economía fisiócrata francesa, a Luis XV. Imaginemos la pregunta de este, simple, requiriendo que hacer con la economía francesa. Y la respuesta que hará historia: “Laissez Faire, Laissez passer....”, “dejad hacer”, “dejad pasar”. ¿Qué tiene que hacer el estado? Nada, lo mejor que puede hacer es dejar que la economía funcione sola, porque esta es como un gran organismo natural donde aquel que interfiere artificialmente solo lograra arruinarlo.
Para los fisiócratas, y detrás de ellos para todo el pensamiento liberal posterior, el comercio beneficia a todos, todos ganan comerciando, no es un juego de suma cero como sostenían los mercantilistas. Si comercian dos personas, las dos ganan, porque intercambian lo que no necesitan por lo que si precisan. Todo lo que podamos decir sobre estas sentencias es poco. Así nació el liberalismo económico que después va a desarrollar a fondo Adam Smith.
Ahora bien, si comparamos a los mercantilistas con los fisiócratas, observamos que, en el origen de un pensamiento económico que todavía va a tener que dar varios pasos para poder desarrollarse con cierta sistematicidad, ya aparece una de las discusiones que será parte aguas del debate: ¿el estado debe intervenir en la economía o, por el contrario dejar que el mercado funcione por si solo? ¿El comercio es una guerra donde algunos ganan y otros pierden o es un proceso donde todos ganan?
Este debate ya esta plenamente planteado hacia el 1750, antes del comienzo de la Revolución Industrial que va a abrir el camino hacia el capitalismo industrial y la mercantilización de la fuerza de trabajo. Han pasado mas de doscientos cincuenta años y los economistas seguimos discutiendo lo mismo, por cierto con argumentos más refinados, pero la discusión ideológica de fondo es la misma. ¿Tiene que haber libre comercio y que circulen los bienes de todos los países del mundo, porque así entonces los consumidores tienen acceso a mercancías de mejor calidad o hay que fomentar la industria local?
Como vamos a ver en los dos capítulos siguientes, ese debate fue ganado en el siglo XIX por los fisiócratas. Porque la economía política nació liberal. Y así como decimos que la fisiocracia y el mercantilismo son las raíces de ese árbol que llamamos economía, el tronco central del cual todas las corrientes posteriores se van a nutrir tiene un nombre: Economía Política Clásica Inglesa, y dos padres indiscutidos, Adam Smith y David Ricardo. Son los “abuelos teóricos” de las corrientes actuales. Ellos le van a dar al planteo liberal, al eje en la autorregulación de los mercados como mejor asignados de los recursos, una lógica sistemática.
Pero decíamos más arriba que uno de los debates centrales de la discusión económica era acerca del rol estado versus el libre merado. El otro tiene que ver con el capitalismo en sí: acerca de si es la propiedad privada de los medios de producción y la apropiación privada del excedente la única y/o mejor opción de organización económico-social, o por el contrario en el capitalismo en si esta el origen de la desigualdad, la miseria social y las crisis. Capitalismo si o capitalismo no. Ese va a ser el otro cruce ideológico importante del pensamiento económico, que alcanza la mayoría de edad con lo que se conoce como la “crítica de la economía política” de Karl Marx. El marxismo es sin duda una de las ramas en las cuales se abre el tronco clásico ingles.
Y la otra rama, que ya la hemos mencionado, porque hace a esa fuerte diferencia epistemológica que presentamos en este capítulo, es el neoclasicismo. Este, que aparece en los últimos treinta años del siglo XIX, va a profundizar la concepción del mercado como mejor asignador de los recursos, va a desarrollar argumentos contra la intervención estatal y, por sobre todo, va a defender el capitalismo frente a todo planteo de propiedad colectiva de los medios de producción.
Y nos falta, para completar el cuadro, esa “ruptura” en la rama neoclásica –ruptura radical, como veremos- que va a dar lugar a Keynes y el pensamiento keynesiano a partir de los años treinta del siglo XX. Será, en cierta forma, la revancha tardía del mercantilismo. Keynes va a defender la propiedad privada y el capitalismo, es cierto, pero no va a acordar con que el mercado es el mejor y automático asignador de los recursos, dándole un lugar central a la intervención estatal en la economía.
Y entonces ahora sí tenemos a los “padres” de los debates económicos actuales: neoclasicismo, marxismo y keynesianismo. Tres fuertes cosmovisiones: liberalismo, no intervención del estado, en el primer caso. Socialismo, la propiedad privada y el mercado marca el origen de los males económicos a partir de la explotación, la segunda. Y la tercera, donde el capitalismo es el mejor de los mundos realmente existentes con algunas reformas, la economía de mercado es importante porque parece garantizar la libertad del individuo, pero no es cierto que se equilibre sola, sino que tiene que intervenir el estado.
Observemos entonces que en el párrafo anterior aparece resumido casi todo el debate ideológico de la economía política Vamos a sostener que todo el debate económico contemporáneo hace mención en ultima instancia a alguna de estas tres posturas. La primer pregunta que entonces tenemos que hacernos es desde donde, ideológicamente, está hablando cada economista. Por supuesto que a veces no es tan simple: como veremos en el capitulo V, sobre a partir de la década del setenta del siglo XX, veremos surgir una miríada de corrientes y subcorrientes, que buscan “corregir” o estacionarse entre una u otra doctrina pura[26].
Las cosmovisiones se pueden referenciar así a lo largo de dos ejes: el eje libre mercado versus intervención del estado. Y el otro alrededor de Capitalismo versus socialismo. Y por supuesto también son interesantes de analizar los casilleros intermedios. A saber, la postura Capitalismo y libre mercado es la liberal ortodoxa, hoy apuntalada por lo que se conoce como el pensamiento neoliberal. La postura capitalismo e intervención del estado va a reflejar lo central de las políticas económicas de posguerra en los países desarrollados, en lo que se conoció como los “Welfare Status”. Pero resulta interesante analizar también los otros dos casilleros posibles. Los partidarios del socialismo, ¿Cómo se ubican frente al debate intervención del estado versus libre mercado? Una porción de ellos va a considerar que el capitalismo, si bien es un sistema perverso, es reformable, e incluso transformable tras una serie de reformas, y van por tanto a considerar validas las políticas de intervención estatal. Otro sector, en cambio, va a considerar inviable cualquier política reformista y por lo tanto vera la intervención estatal como algo inútil o a su sumo al servicio de algún sector capitalista determinado. Como vemos, según nos ubiquemos en uno u otro lugar del cuadrante, distintas serán nuestras propuestas de política económica.

Notas:
[1] Dobb, Maurice, Introducción a la economía, FCE, México, 1940
[2] Excedería nuestro trabajo relatar los meandros de estos debates en el siglo XX. Invitamos al lector a consultar los excelentes trabajos de Schuster, Federico (comp.)
[3] Para demostrar que ninguna afirmación es inocente, nos declaramos culpables del delito de “totalidad” (aunque sin aceptar el de considerarlo sinónimo de totalitario) con que Popper acuso a Hegel y Marx.
[4] Tomemos por ejemplo a Durkheim. Podemos encontrar en el un enunciado implícito de “ojalá la sociología pudiera ser como la matemática o como la física”. Ahora bien, leamos todo Durkheim y en ningún lugar vamos a encontrar que se deje de reconocer que la sociología es una ciencia social.
[5] Las acciones de los individuos pueden formar parte de las ciencias sociales si se trata de acciones sociales (o sea que afectan a otros individuos). Tal es la posición de Max Weber.
[6] Esto ha llegado en sus últimas versiones, a lo que se llama la neuroeconomía. Se estudian los reflejos condicionados de una persona frente a situaciones de distintas operaciones de mercado.

[7] Ubicar a Keynes en el mundo clásico es incorrecto, como veremos pronto.
[8] Por supuesto hacemos una valoración al decir pensamiento económico “sustantivo”. Ello dice mucho de nuestra opinión sobre la inmensa mayoría de los papers publicados en las principales revistas científicas.
[9] el famoso “Cambridge Debate” de las décadas de cincuenta y sesenta.
[10] en la mayoría de las currículas de las facultades o escuelas de economía existe una materia llamada “Historia del Pensamiento Económico”. A ella se remite todo el pensamiento “anterior” a 1870, estudiándoselo como si se estuviera analizando la arqueología de un ser que ahora ha crecido y desarrollado sus atributos en su mayoría de edad.
[11] Ver Althusser, Luis, La filosofía como arma de la revolución, Pasado y Presente, Córdoba, 1970
[12] Se ha planteado un debate muy interesante al respecto en el campo del marxismo. Ver Rosdolsky.
[13] Ver al respecto Weber y O’Donnell.
[14] Hegel, Filosofia del Derecho.
[15] Aristóteles, La Política.
[16] Para un desarrollo hasta la sociología inclusive, ver Portantiero.
[17] Y también debemos incluir en este recorrido a Rosseau, que ve en la génesis de la propiedad el origen de la civilización, donde el hombre abandona el feliz estado de naturaleza.
[18] Evidentemente el surgimiento de la economía política como reflexión, diríamos autónoma o con cierto grado de autonomía tiene que ver con este planteo. Tengamos en claro que podemos sostener que este es el origen de la economía tal como la hemos definido como discurso de poder. Por supuesto, si hacemos un recorrido desde el origen histórico de la reflexión sobre lo económico encontraremos antecedentes previos, como ya veremos en los escritos de los mercantilistas y fisiócratas. Pero ello no logró construir un programa que encontrara oídos en los sectores sociales más dinámicos de la sociedad de su época.
[19] Claro que el mundo idílico de la revolución francesa y de Adam Smith va tener su despertar en la realidad del mundo capitalista del siglo XIX, y en la tercera “ruptura en las ciencias sociales”: la sociología. Cuando empezó el siglo XIX y cuando ese paraíso en la tierra de la Revolución francesa, fraternidad, la libertad y la igualdad, terminó siendo la sociedad industrial, el capitalismo, aparecieron las discusiones del orden y por lo tanto la sociología.

[20] Nótese la expresión “por cuanto” se intercambia, y no tanto “por que otro bien” se intercambia. Esto tiene relación con el citado pase a una sociedad donde se homogeneizan las calidades, pasando a ser determinante las cantidades.
[21] Y no es solo un debate histórico. Aparece como crucial para definir las formaciones sociales de países de desarrollo tardío, como los latinoamericanos.
[22] Seguimos aquí el criterio “tradicional” de analizar al mercantilismo como una corriente particularmente inglesa, a partir de que sus nombres más importantes tienen ese origen. Pero no debemos olvidar que fue “mercantilista” la política de Colbert, en la Francia de Luis XIV, o las políticas españolas de la época de los Borbones.
[23] En la diferenciación de Schumpeter, podríamos decir que el mercantilismo avanza por el carril de la Política Economía, más que por el de Economía Política o el Análisis Económico.
[24] Como va a señalar Marx en el Manifiesto Comunista, poco después ese poder absoluto se va a transformar en una traba para el propio desarrollo de la burguesía, particularmente cuanta esta requiera del uso masivo de fuerza de trabajo libre. La Revolución Francesa va a marcar el jalón de la ruptura entre la burguesía y los reyes absolutos.
[25] Tal es así que en 1651 Cromwell dicta las Actas de Navegación, que establecen que los holandeses no van a comerciar más por el Mar del Norte, estableciendo el comienzo del fin de la potencia comercial de aquel país.

[26] Esa apertura en decenas de subcorrientes es una manifestación de la propia crisis de paradigmas que hoy recorre al pensamiento económico.

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